lunes, 9 de agosto de 2010

EL MEJOR AMIGO



Hace un año y medio me compré un Volkswagen blanco, como nuevo, con un motor que hace un ruido finito, finito. Se ha convertido en mi mejor amigo y manejar en una de las cosas que más me gusta hacer; me ha servido de refugio cuando llueve, incluso he echado unas ricas siestas en el asiento trasero (además de aquella noche…)

Cómo soy intrépida, sólo tomé dos clases y media de manejo, impartidas por el buen Oscar hasta que un día me rebelé a sus precauciones y huí con mi auto, en la noche (sin luces ja!) desde Xochimilco hasta mi casa en Coyoacán. Ahí es donde empezaron las aventuras.

El primer día que tuve que cargar combustible me pasé de la gasolinera y se me hizo muy fácil echarme de reversa con todas las ganas pero auch! No vi un poste y ante la mirada atónita de los que atienden me fui a embarrar olímpicamente, dejando grabado el rojo amarillo del poste en la memoria y la carrocería de mi coche.

No se a quien se le ocurrió estacionar durante mil años una pesera en la calle de Panteón –donde está la que era mi querida oficina- la cosa es que en mis intentos por estacionarme me fui estampando y estampando hasta que en las cuatro salpicaderas quedó constancia de mi aprendizaje y un color verde espantoso.

Durante una larga temporada y gracias a las obras de la línea “dorada” del metro, tuve que hipnotizar al bocho y hacerle creer que era un vehículo todo-terreno. Él hizo su mejor esfuerzo por transitar entre baches, tierra, pedazos de concreto, charcos y demás lindezas lo que nos trajo como resultado un par de llantas con clavos enterrados y un quejido de los amortiguadores que me recuerda aquellos días en los que la avenida Tlahuac estuvo convertida en una auténtica jungla de asfalto.

Cierto día en que transitábamos por San Lorenzo, se apagó el coche y mientras trataba de volver a encenderlo, noté que otros conductores gesticulaban y me decían no se que cosas que no entendí hasta que alguien gritó: ¡¡SE ESTÁ QUEMANDO!! Así que me bajé cuando las llamas sobresalían por las rejillas del compartimiento donde está el motor. Acomedidos automovilistas se detuvieron y trataron de apagar el fuego con coca-cola, tierra y agua sin éxito hasta que un ángel citadino llegó con un extinguidor y se acabó el siniestro. Cuando recuperé el aliento y el color de la cara me di cuenta que no solté para nada el cigarro que me venía fumando.

Acudieron presurosos en mi ayuda el Pollo, Alejandro e Isaías que llegaron cuando ya no había que hacer, pero me ayudaron a empujar el carro hasta estacionarlo en la oficina.

Una época me dio por violar sistemáticamente la ley: los viernes, por mis polainas salía por la mañana y me iba de la oficina a las 9:30 nomás porque estoy en desacuerdo con la babosada del hoy no circula; deje de hacerlo cuando un tamarindo me detuvo y me dijo “échele criterio jefa”: le tuve que dar 100 pesos.

La última aventura fue en el karmatico Pantitlán. Supongo que algún compañero tuvo la genial idea de recargarse en alguna de mis salpicaduras abolladas. Como había que ir a la estúpida oficina, pues cargué con mis compas: la güera Elisa, Martha, Rosita (que es la onda), doña elenita y lupita que según iba a ser mi copilota y al final me hizo dar vueltas por esa bendita colonia (reitero: si no tiene nada que hacer, ¡¡¡¡no vaya para allá!!!!).

Total que en una vuelta se me quedó el volante a medias y el coche atravesado sin poderme mover ni pa´ tras ni pa´lante. (casi me da un infarto: creí que era la dirección) La lupis, que también es la onda, se bajo muy rompemadres y me dijo: orita consigo un martillo manita –porque la llanta se atoró en la salpicadura- en ese momento pensé “ingüesu ésta le va a dar con singular alegría”

Gracias a la providencia, un santo señor carpintero, al ver que los golpes de lupita no servían de nada, sacó una tabla y le enderezó su cachete a mi pobrecito carrito, en fin llegamos a la bendita oficina sin más eventualidades.

Para no abrumar a mis millones de lectores, termino diciendo que hubo más sustitos (como cuando me quedé sin frenos de bajada de puente de Taxqueña y Tlalpan o las múltiples veces que tuve que “charolear” con mi credencial de gobierno para salvarme de infracciones etcétera)

Termino diciendo que mi bocho y yo le pedimos fervientemente a Dios que nos alcance el fondo de ahorro para recobrar la dignidad y la autoestima de mi mejor amigo.

P:D: la foto es de cuando todavía no caía en mis manos el bochín…

1 comentario:

  1. "esta de webos la cronica de tu mejor amigo ... esta buenisima ... si que me acorde de los viejos tiempos .... un abrozo ceci ... ojala regresaras!!!" Arthur.

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