viernes, 23 de julio de 2010

OJOS DE NOVIEMBRE



Esos ojos de aceituna, claros y precisos
Aquellos que conocí en noviembre
Iluminan la noche cuando ríen
Y al mirarme me estremecen.

Ganas de perderme en el verde bosque
Ganas de no encontrar salida
Quedarme bebiendo la lluvia de tus ojos

Sumergirme en la laguna, platicar con las algas…

Y es que cuando me miras palidezco
vivo buscando la señal en tus ojos
La posibilidad, la ventana de tu alma
Mi reflejo iluminado por amor

Cómo me voy a olvidar de ti
Si eres la playa en que descanso
eres las nubes de este verano
eres hermoso, como lluvia con sol

Nunca sabrás cuanto te amo.

sábado, 3 de julio de 2010

NO LLORES EN PANTITLAN


El viernes pasado me informaron, vía celular a costa de mi escaso crédito, que debía presentarme el sábado a las 9:00 en el parque pantitlán. Fácil: elperifericoseconvierteenlacallesietedarvueltaamanoizquierdaenlacallexochimilco etcétera. Como puede observarse, ese tipo de indicaciones pueden desbalancear a cualquiera que tenga la suerte de vivir lo suficientemente retirado del Lejano Oriente.

Bueno yo no me desbalancé… me caí del columpio.

Como Cristóbal Colón, estudié como desquiciada la guía roji por internet, una llamada me aclaró que tenía que tomarriochurubuscoysalirmeenlalateraldespuesdelaavenidat (si, avenida t, ¿donde se ha visto?) pues nada, totalmente desubicada, tuve un ataque de pánico que expresé derramando un millón de lágrimas ¡por miedo de ir a Pantitlan en coche!

Fue tal el drama que mi madre recorrió rauda y veloz los dos metros que nos separan para venir a consolarme. Sabia decisión: ¿porqué no te vas en metro, así te vas leyendo y no te preocupas? Suficiente, a dormir.

Sábado 9 de la mañana, como una guerrera logré vencer la deliciosa tentación de permanecer envuelta en mi amada cama rosa… y salí con toda calma rumbo al metro cargando un libro de pasta dura y 630 páginas ja! en todo el viaje (Miguel Angel de Quevedo-Pantitlan con escala en la línea siete) no hubo un solo asiento disponible.

10:15 arribo al mentado parque pantitlán donde me reúno con mis colegas del sofisticado programa Red Ángel que absolutamente nadie sabe explicar con claridad o al menos con alguna coherencia de qué se trata o para qué sirve… y así, sin anestesia ni nada, me sueltan así, sin tapujos que es un trabajo electoral: segundo drama.

Después del piadoso traslado a la sección electoral (oh! por Dios Santo) que me asignaron, las banquetas de la calle Popo fueron testigos silenciosos de mis lágrimas todavía más amargas pero con más sentido ¿Qué carajos tengo yo que hacer en este sucio trabajo politiquero y corporativo? ¡¡¡¡¿¿¿¿ EN PANTITLAN ???? !!!! (como diría cierto personaje ¡no la jodas!).

Cuando me sobrepuse decidí que quince visitas y buen rollo no le hacen mal a nadie cosa que constaté cuando en ese número de puertas me recibieron con la ingenuidad rayando en la pendejez que caracteriza a los buenos nativos del pueblo defeño. Nada grave, terminé mis visitas, entregué mis resultados y tomé una pesera al metro Pantitlán.

Cabe destacar, para los suertudos que no tienen el gusto de conocer, que el paradero del metro Pantitlán es, además de un digno oponente para el hoyo negro de Calcuta, un laberinto infectado de gente mutante y puestos donde venden todo lo que yo no compraría en mis cinco sentidos. Debí bajarme del pesero cuando vi el leoncito café pero me seguí y entré al mundo bizarro donde si preguntas para donde se toma la línea café te ven como si fueras retrasado mental. Tercer drama.

En este no lloré, pero si hubiera tenido en mis manos unas galletas de animalitos, me hubiera cortado las venas con ellas. No se recomienda a personas normales entrar a un túnel con luz blanca que hace que las personas luzcan como zombies sin saber por donde pasa el tren que las lleve a su destino. Por fin, llego a mi casa, Los Tres Mosqueteros (remember 630 páginas) con el separador exactamente en el mismo lugar que la noche anterior pero eso sí, bien paseado.

Obviamente, tanto drama cansa, así que me tiré al precipicio rosa de mi cama y dormí como una bendita casi hasta el otro día. Así que, mis amigos, si no tienen nada que hacer en el lejano oriente ¡no vayan! Y si su cruel destino los lleva para allá, lleven kleenex o mejor… ¡no lloren en Pantitlan!